sábado, 28 de julio de 2007

Con un prólogo (envíado por mail) de la escritora Juana Arancibia.

Por correo electrónico:

Querido amigo Miroslav:
Desde Westminster California, le envío al poeta y cocinero Miroslav Scheuba mis mejores augurios para su Terbal que ha nacido en Buenos Aires.
La lectura de lo recibido –por correo electrónico- me agradó: ¡cuántos nombres conocidos y queridos! Hay tres palabras para resumir este manifiesto poético: Terbal destila belleza. Cuando lo leí recordé aquella hermosa e inolvidable película “La sociedad de los poetas muertos”. No obstante, en Terbal todo es vida.
Como fundadora y directoras del Instituto Literario y Cultural Hispánico de Westminster, California, que busca “la unión del mundo hispánico a través de sus letras y su cultura”, les deseo a Miroslav y a Terbal el alba y la luz de un mañana.
Dra. Juana Alcira Arancibia




Buenos Aires, yo te celebro, has sido testigo del nacimiento de Terbal, que no es un partido político sino un movimiento poético y que ya tiene como quinientos afiliados por los vecindarios de la ráfaga que han quedado afuera del sistema. Soy el secretario de la lluvia y como tal escribo este panfleto no exento de la enredadera del proselitismo, actividad que bien puede ser perdonada en nombre del libre ejercicio del murmullo. Si usted lector, enamorado del silencio que habita, al término de este escrito se entusiasma entre las piedras y se afilia, habremos cumplido con las palabras trabajadas por Olga Orozco, que hemos incluido en este primer párrafo del manifiesto.

Yo te celebro, ráfaga, lluvia, enredadera,
murmullo enamorado del silencio
que habita entre las piedras.

Conformar un movimiento poético no es tarea de poetikeros. Sobrevivimos en tiempo de espléndida oscuridad y la hambrienta lucha por la vida en poesía está cada día más cruel y despiadada. Mas nos estamos acercando y lo alcanzaremos. Lo “espléndido” ya lo tenemos, lo que nos falta es tiempo, pero tenemos espantapájaros ajenos y luego, tanto irá el cántaro a la fuente, que al final crecerán las voces y se aplacará la sed. Mientras tanto, habrá que perseverar en la palabra que tenemos. Con ella uno puede llegar hasta ese rincón del alma donde está el coral de nuestro espíritu, música que sube y sale para mayor regocijo de nuestras alas. La otra, es perder la fe y caminar por la cuerda floja y sin guitarra. Lo importante es poder bajar al cielo de cada patio y esperar el resplandor, ese misterio alucinado que Ricardo Güiraldes vio como un sendero hacia las estrellas.

Es tarea nuestra llamar a los amigos que están apagados y pedirles que sueñen. De los bolsillos de la noche podemos contar despertares maravillosos. escondidos como ese de Alfonsina

Por un miserable muero de ternura.

Otras veces, otorgándole crédito a la bohemia, se ponen a recitar Café La Humedad. Tenemos casos de sonámbulos que asocian afamados poetas con determinados lugares; por ejemplo, un poema amarillo celeste de Silvina Ocampo con una capilla, unos versos de Huidobro con una caverna.

Unos se han soñado en una bodega con Neruda, otros en un mausoleo con Borges. Lo bueno es que cierren por un instante los ojos e imaginen un último día y que luego escriban algo en la pared o en un árbol, pero que escriban. En ciertas ocasiones se encienden demasiado y llegan a quemar. Como remedio les preguntamos que poema van a elegir para que digamos el día que ya no estén con nosotros. Entonces, al pensar en una respuesta se calman; pensar en la posteridad lleva bastante tiempo.

Entre tanto ruido, lo bello es la vela encendida en el candil del silencio, aunque después se vayan y sólo nos quede la silla o la sombra del asiento. Por eso tratamos de llevar un orden con el sol, el mar, la luna, los jazmines y todo aquello que uno tiene en el inventario y que va usando día a día. Nunca falta quien viene asustarnos con el circo de la globalización que –según dicen- nos achicará y a todos nos pondrá tristes. Cuando la hipocresía -autora de metáforas siniestras como la del mundo global- se afana la bombilla, lo mejor es tomar mate cocido. Lo saludable es respirar con Francisco Madariaga que pedía:

Vengan allí a la casa del diamante calentado por el agua,
al huerto donde el hombre se recoge para no caer del globo.


Como rutina caminamos. Las hormigas lo hacen siempre trabajando y tienen la información del subsuelo donde está anunciado cualquier cambio de clima. Fuera de la rutina nos elevamos hasta alcanzar los postes de luz, allí donde los gorriones tienen el sindicato. Para variar, hacemos los recorridos imaginarios de los trenes blancos que roncan en los túneles y desaparecen. Evitamos practicar la invención de grandes cantidades de trenes subterráneos a todas partes –la llamada pesadilla en barras- porque vivimos modestamente a cielo abierto, a nube y al día, como lo hace la esperanza.

A pesar de muy poco o casi nada, si no creábamos a Terbal nos íbamos a deslizar por el tobogán de la indiferencia. Aquí estamos y calavera con gusto no pica. No sabemos si el águila del tiempo estará de nuestro lado, sólo sabemos que no queremos más chocolate amargo. De algún modo estamos siempre a la espera de que vengan a confesarnos su creación, como lo habrá hecho alguna vez Amelia Biagioni cuando compareció por su propia voluntad y declaró:

Mis actos
me mostraron que el universo

es un oscuro claro andante del bosque
donde todo movimiento es cacería.


o

Entre en mi espesura
y vi escrito tu nombre con árboles.

En nuestra cueva, en una noche de ayer tan lejana y profunda como el Principio, se mueven las sombras de los seres precolombinos que pasaron al otro Reino. En aquel entonces la tierra podía parir y dormir en largas noches de polillas negras. Ahora vemos al indio que todavía corre de una manera desaforada, todavía la conquista lo persigue con espadas y cruces. Acaso pampas y querandíes aún sean invisibles y ellos todavía no lo saben, porque están armados hasta los dientes. Por si acaso, prenden fuego y gritan cuando lanzan flechas encendidas, quizá presienten que detrás del dios del fuego hay otros dioses esperando un sacrificio y ellos serán la ofrenda. Y estaba escrito que a la mañana se acercarían a lo verde azul de la laguna y se lo llevarían a la boca. Tal vez con el suspiro de alivio crearían un nombre para el agua. Y en la brisa estaba el cansancio de las fieras que los esperaban, pero para no tener miedo ya gesticulaban la magia de un conjuro.

Ya que no podemos seguir huyendo, regresemos. Tenemos ojos nuevos para Una rosa para Stefan George; a Ricardo Molinari lo entregamos a domicilio. Hay otros pedidos. Como Todo es historia, con León Benarós estamos atrasados con el envío de su Romancero Criollo. Pensándolo bien, hemos meditado los bancos del Parque Lezama con aforismos de Antonio Porchia y los de la Plaza Once, con los mortales epigramas de Baldomero Fernández Moreno:

De tus hijos serás el payaso o el verdugo. Elige.

También hemos defendido las paredes de los baños de las estaciones ferroviarias con los inmortales sonetos de Francisco Luis Bernárdez, como por ejemplo ese famoso Soneto a Mozart que empieza así:

Dame asilo en tu reino compasivo
príncipe de cristal y azucena,
pues vengo fatigado y tengo pena,
porque soy de la tierra y estoy vivo.
Hazme un sitio de paz en la serena
soledad de tu mundo sensitivo
para olvidar que el tiempo fugitivo
todavía me agobia y me condena.



No organizamos ninguna clase de concursos porque no queremos desilusionar a nadie, pero estamos con el tema de la pintada. En una avenida lateral a nuestro Aeroparque se leen estas palabras de Oliverio Girondo:

Desde el yo mero mínimo al verme yo harto en todo.

Por ahora no hemos redactado un Arte Poética porque consideramos que la creación de la poesía es un trámite personal y privado. Una vez al año somos un público que viaja hasta Mendoza para educarnos con el Cristo Redentor que nos pasa lista en los Andes. El aire cordillerano que baja en aluvión nos sabe dispuestos a cualquier tipo de profecías. Ningún ejército de cóndores nos rinde honores y al fondo del precipicio de la muerte el río es un hilo de frío. Ponemos un pie en el Puente del Inca y nuestros ojos buscan el Aconcagua. Nos vendamos un brazo y somos el general enfermo que debe llegar a Chile y después al Perú. Por las dudas, llevamos una brújula. Cuando se apaga el cielo una radio nos dice palabras de Rodolfo Alonso:

Como una hoja
yo beberé tus aguas
navegaré tu altura.


Al volver a Buenos Aires, llegamos de los más agradecidos porque nos hemos salvado milagrosamente de las avalanchas de nieve, habituales desprendimientos de cerros enteros que suelen sepultar argentinos en un alud de siglos con historias equivocadas. Cruzamos el atrio de la Catedral Metropolitana sólo para saludar a los ángeles, como quien abre un libro de Héctor Yánover sólo para leer estos versos:

Gatos del sol por el borde del sol.
Pulgas del mar por la orilla del mar
gente de Dios, cerca de Dios,
sin llegar...


Fieles a la doctrina terbalista salimos a los descampados para recolectar parábolas y otras novedades de la jerga de los arrabales emergentes, expresiones que, luego de su etapa de fermento, sueltan sus jugos como voces para los imberbes que las usan y almacenan para mayor espanto de las viejas bien habladas -pero mal atendidas- de la peluquería.

Todo liso, todo viento, vamos como amigos a la vendimia de las palabras que ya cansadas del verano se caen de maduras. Si alguien desconoce el origen de la palabra uva, vamos al taller de los significados. Ponemos dicha palabra en un racimo y cuando ya hemos devuelto el término a la parra, detrás de los hollejos del día está la pulpa que concentra el jugo en su más técnico latín.
La nostalgia de nuestro querido idioma está lleno de palabrinas en latín, en griego y si nos descuidamos, en alguno otro lejano idioma. A pesar de que Santiago Sylvester nos diga que:

Hace largo rato que muchas palabras ya tienen la fecha vencida.

Avanzando hacia el costado melancólico de la patria, una vez cada tanto, vamos a visitar las cárceles y le entregamos a los internos cartas en mano. Y nos quedamos cortos de verso y chicos de biblioteca. Más de una vez nos ha salvado Jorge Boccanera cuando nos hemos aferrado a sus palabras:

Y en la mesa de todos los días,
una manzana abierta golpea contra la oscuridad.


Regularmente visitamos manicomios, ocasión que es invalorable una parte del poema “Memoria de Gardel” de Alberto Girri:

Pero la ciudad mucho sabe y conserva de él
su lágrima más rica. Su daño singular que hirió de pronto...


Los pacientes se desatan y se esconden. Nadie dijo que era fácil encontrarlos, estos nosocomios suelen ser laberintos adecuados. Para ubicarlos, una de las herramientas grupales es poner en práctica una clínica maradónica de fútbol 5. Como evocar a Diego Armando Maradona provoca una emoción audaz, entonces los locos aparecen como por encanto. Utilizamos la misma clínica para bailar las canciones de María Elena Walsh, siendo la tortuga Manuelita la preferida del loquero. A las siete ¡aire! ¡afuera que hay que pintar! y nos restituimos a nuestras demencias cotidianas. En más de un barrio hemos instalado un gabinete ambulante para tratar las emergencias del espíritu. No es el momento de pasar la cuenta de los frascos de alcanfor, bálsamos diversos, aceites esenciales y agua energizada que hemos gastado practicando las terapias alternativas. Hemos trabajado tan en serio que hasta hemos llegado a creer en las flores y en los sahumerios de limpieza que los hemos repartido a diestra y siniestra donde eran requeridos para paliar tanta carencia y abandono.
No es para menos en estos tiempos de miseria, en estas inundaciones de la pobreza, con tan mala espina en la soledad y con tanto veneno en la indiferencia.

Hemos invertido madrugadas en una campaña poética realizada en diversos hoteles de alojamiento. Aclaremos que hemos podido contar con el patrocinio de una marca de desodorantes de ambiente y hemos impreso para los parroquianos y clientes lo mejor de la literatura de la India, la que hemos mechado con alguno que otro verso de Horacio Armani:

El tenía la fuerza del viento y la esperanza
Ella la sombra y el deseo.


Gracias a tanto amor, hemos conseguido para nuestros afiliados un 20% de descuento en el uso de la pasajera hotelería. Dicho sea de paso, pedimos que las damas de la noche perfumen con sabiduría los verbos de su cariño. En tren de pedir, oramos para que los ladrones vuelvan a tener códigos y los más caros objetos sentimentales en riesgo de perderse –símbolos del corazón, depósito de la confianza- queden ajenos a los crímenes de su necesidad. Ya que estamos, suplicamos por secuestrados y secuestradores y para que estos últimos, encuentren pronto otra industria menos agresiva. Confiamos que en un futuro no lejano, una más justa distribución de la riqueza no estimulará el negocio de estos audaces empresarios del infierno. En todo incendio hay una cruz que no se quema y toda cruz que arde es una luz que a los asesinos les marca una senda. No son miserables las lágrimas derramadas en una morgue, ni es espantosa la música malherida de las bailantas si hay alguien que requiere de ese llanto o de ese ruido.
Uno de nuestros requerimientos era salir de la ilegalidad y constituirnos en persona jurídica. Asesorado por los picapleitos que merodean por tribunales, juntamos plata para los cuervos y pudimos llenar bien los papeles donde pusimos las manos. Tardamos en conseguir autoridades porque los poetas de fuste, diario y cartel no querían agarrar viaje. Si bien es cierto que el compañero Joaquín Gianuzzi rechazó la presidencia de plano:

Pero con que victoria han ocupado una cabeza mal dormida
juntando lo partido
en la unidad de este amanecer.


No es menos cierto que el amigo Antonio Requeni estuvo vacilante:

Tendré que consultarlo con los pájaros.

Al final nos hartamos de los prestigios y lo llamamos al poeta salteño Carlos Juárez Aldazabal, le hicimos recitar por teléfono su poema Divergencia que empieza con este verso:

He conocido al monstruo que me habita

lo afiliamos y lo nombramos presidente sin tanto periodismo. Más trabajo tuvimos buscando tesorero. Si hubiera vivido Alejandra Pizarnik le hubiéramos pedido que nos cuidara la guita, aunque ella rápido nos hubiera sacado su

Reloj
Dama pequeñísima
moradora en el corazón de un pájaro
sale al alba a pronunciar una sílaba:
NO.


Menos mal que la conseguimos a Ivonne Bordelois, que nos dijo que sí y pasó la prueba recitando su poema:

EL ENEMIGO

Hubo una guerra. Todos la perdimos.
Hubo una historia: todos la olvidamos.
Hubo una patria: todos la vendimos.
Hubo un amor y todos traicionamos.
Una ciudad espléndida tuvimos
que se quedó sin fiesta y sin ramos.
No me pregunten cuánto la quisimos
si alguien sabe por qué la abandonamos.
Esta es mi tierra, la que yo he elegido.
Una esperanza humilde es su vestido
y el resplandor de un río enamorado.
Que alguien me diga dónde se ha escondido
el enemigo cruel, el mal nacido
que así destruye lo que más se ha amado.




Mientras no cambiemos el Ser o no Ser de todo Hamlet por el tener o no tener de todo Hemingway; mientras no arruguemos y sigamos poniendo la cara y el pecho; si la promesa de ser irreductibles hasta las últimas consecuencias no la abandonamos antes de llegar al fondo, donde descansan las naves hundidas de los viajeros hacia la Utopia; y si seguimos creyendo en el milagro del pan casero o en el sacrificio que cuestan las empanadas que hace la vieja, todo lo demás será una excusa para seguir juntos en esta luminosa organización, aunque después redactemos un gastronómico ensayo sobre la empanada de carne cortada a cuchillo superior a la empanada que despacha el almacén...

Receta de las empanadas de la Vieja:

Dejamos caer en una cacerola 5 o 6 segundos de aceite. Después vertimos el par de cebolla que picamos y ponemos en acción la termodinámica del fuego. Después de un minuto de fritura colocamos el medio kilo de carne cortada a cuchillo, salpimentamos y con una cuchara de palo revolvemos hasta que esté todo dorado. Si hay orégano a mano, le ponemos un poco. Si nos gusta el picante agregamos una dosis de ají molido. Sacamos de la heladera los discos o tapas de empanadas que compramos en el supermercado con antelación, ya que la vieja no siempre tiene ganas de amasar y hacerlas ella, y por otro lado tenemos preparadas las aceitunas, las pasas de uva y los cuartos de huevo duro que junto con algo de relleno irán a parar a cada una de las empañadas, que luego de unidas y cerradas con un repulgue convencional, ya pintadas con yema de huevo tendrán sus 20 minutos de horno.)
...No obstante, nos juntamos para comer y sean las sabrosas picantes o no, es necesario un borgoña para mandarlas a bodega, razón para que entre nos los abstemios sean una discreta minoría, no así los amigos del vino fino de mesa –aunque a veces de fino tiene poco- que ora en botella, ora en cartón, nos recuerda los ideales del poético trabajo en comunidad, panal de futuras colmenas del dulce trabajo. Comunicados por abejas habituales, nos consultamos y nos viajamos, aunque la distancia no exista en esta realidad terbalina y misteriosa, pero para nada aburrida. De hecho, las autoridades de Terbal se deberían renovar cada estación, aunque desde el otoño pasado ninguno de nosotros ha dejado caer la hoja de su renuncia.

A Juana Arancibia;

si a Sor Juana Inés de la Cruz la llamaron la Décima Musa,

a Juana Arancibia la debemos llamar Musa de América.

Miroslav
Secretario de la lluvia.

Aparted de mi labor secretarial,

escribo canciones marginales

como esta:

"Juan y Diego"

I

Con un carro muy callados
a la hora que cae el sol
Juan y Diego por la calle
van juntando todo el cartón.
Y en la noche caminarán
hasta que llegue el amanecer,
Juan y Diego con el carro
se subirán al negro tren.

Estribillo

En la escuela de la vida
una Argentina se durmió
con amigos de lo ajeno
ya sabemos lo que pasó.


II

Por la orilla de la Patria
por la calle que está dura
Juan y Diego van buscando
lo que hay en la basura:
latas, diarios y comida
diarios viejos y zapatos,
Juan y Diego van pateando
leyes, vidrios, muchos trapos.

III

En un carro sordomudo
con miradas de reojo,
Juan y Diego van juntando
todo el fruto del despojo:
libros, tablas y derechos;
sin justicia y educación,
Juan y Diego con los años
aprenderán una lección.

IV

Carreteando hacia la villa
con suspiros de alma rota,
Juan y Diego están felices:
¡han hallado una pelota!
Bolsas negras son los arcos,
no hay botines ni dolor,
Juan y Diego están soñando
¡sólo quieren hacer un gol!


a Josefina Arroyo, fundadora en Buenos Aires del primer café literario.